jueves, 7 de mayo de 2009

De las casualidades, causas ignoradas de efectos desconocidos.

“Entre canción y canción, esa mujer cuenta buenas historias, y las cuenta vichando papelitos, como quien lee la suerte de soslayo. Esa mujer de Oslo, viste una falda inmensa, toda llena
de bolsillos. De los bolsillos va sacando papelitos, uno por uno, y en cada papelito hay una buena historia para contar, una historia de fundación y fundamento y en cada historia hay gente que quiere volver a vivir por arte de brujería. Y así ella va resucitando a los olvidados y a los muertos: y de las profundidades de esa falda van brotando los andares y los amares del bicho humano, que viviendo, que diciendo va.”
“El libro de los abrazos”, Eduardo Galeano

¿Y por qué no darle lugar a al destino? Suelen decir que es una forma que tenemos de invocar las casualidades, de transformarlas en vigentes. Más abajo del destino está esta idea banal de lo casual, no de lo causal. Lo casual. Es quizás que lo aleatorio tiene más lugar en las situaciones comunes.
A veces me lo cuestiono, pero soy de la idea de que las cosas si pasan, pasan por algo.
Y ahí se encuentra uno en esa ambición casi constante de cazar casualidades o dejarse llevar por ese famoso destino del que se habla. En esos lugares en que nos ponemos o encasillamos casi como para identificarnos con “algo de lo que se dice”.
En esa encrucijada de pensamientos es en donde se encuentran, creo, las historias. Las que contamos, las que nos cuentan y también las que se cuentan solas. No se si notaste esto, por eso te lo escribo, una suerte de casualidad destinada a ser casual ya que en esa casualidad es en donde estaba la verdadera historia. La que te animaste a contar. La que estás contando mientras la vivís. Mientras la narrás.